La pelea entre Dillom y Simioteca es un ejemplo perfecto de cómo se pierde o gana en la guerra simbólica que son las redes sociales hoy. Pero antes, bajemos qué es exactamente esta guerra simbólica.
Cuando hablamos de guerra simbólica, no nos referimos solo a cuántos likes o retweets genera algo (hasta un gato hecho con IA puede lograrlo). Hablamos de cómo ciertas ideas o personajes colonizan el inconsciente colectivo a través de memes. Los memes no son solo imágenes graciosas que te manda tu vieja por WhatsApp, sino armas culturales que moldean lo que pensás, sentís y compartís.
Resumen rápido del bardo:
Simioteca, crítico musical con look de cuarentón rockero (seguro falopero), reacciona indignadísimo a la presentación de Dillom en los Martín Fierro. Lanza insultos y grita indignado: "¿A quién se comió este gordo chupapija?", atacando a Dillom y su público. Nostalgia precoz en su máxima expresión.
Dillom responde con elegancia ácida: un simple "concuerdo". Una palabra basta para detonar la ironía implícita. Minimalismo memético impecable.
El gran error inicial de Simioteca fue asumir que su trayectoria era suficiente autoridad para validar su opinión. Pero en internet, la autoridad no se hereda, se valida cada vez que abrís la boca. La gente no respeta currículums, respeta respuestas inteligentes y memes jijeantes.
Otro tweet se viraliza mostrando a Simioteca exageradamente como el "4to Soda Stereo" y rescatando un viejo video musical suyo. Dillom remata brevemente: "mmmm bastante bala". Tres palabras, cero debate, puro meme.
Simioteca se engancha mal, se pone solemne y lanza una canción respuesta. ¿Resultado? Un rock básico, genérico, grabado desde el baño de Mamita Bar. Twitter lo destroza sin piedad. Su solemnidad en la red equivale a caminar por Retiro a las 3 AM un domingo: vas a cobrar
La canción de Simioteca no fue solo un meme fallido; fue un aborto simbólico. Un cadáver sonoro sin fitness cultural, incapaz de contagiar a nadie porque nació muerto desde la solemnidad.
La solemnidad es la ilusión narcisista de creer que tu mensaje es tan importante que no necesita humor ni ingenio. Pero en internet, gana el que se ensucia, no el que se queda predicando desde un pedestal. Simioteca no entendió que su solemidad valía menos que un meme de un minion erotico.
El papelón se profundiza con respuestas incómodas hasta de la cuenta de Calamaro, hundiendo más aún su dignidad virtual.
¿Qué aprendemos de todo esto?
Primero, la viralidad sola no sirve para nada sin una narrativa sólida detrás. Tus 15 minutos de fama digital se esfuman si no tenés una historia consistente para sostenerlos. Sobre todo si te pones en posición de enemigo de lo popular.
Segundo, la solemnidad en las redes es como pegarte un tiro en el pie. No podés hacerte el serio en un lugar donde gana el más rápido, el más irónico y el menos solemne.
Finalmente, Dillom gana esta batalla justamente porque entendió perfecto cómo jugarla: menos es más, la ironía mata la solemnidad, y quien ríe controla el relato.
Moraleja: La moraleja no es “sé como Dillom”. Es peor: aprendé que, en internet, si no sabés convertirte en tu propio meme, alguien más lo va a hacer por vos... y no te va a gustar cómo quedás.
muy buen analisis de una situacion tan banal como esta; un poco de contexto para la posteridad si es que sigue existiendo internet